Entrevista con Bereniç Serrano.

lunes, 7 de febrero de 2011


Empecemos por aclarar que cosplay viene de costume (disfraz) y play (juego). De origen japonés, la cosa consiste en disfrazarse de los héroes y heroínas de la serie de televisión, manga o anime favoritos. Pues se da el caso de que en Gavà tenemos a una de las mejores cosplayer del mundo: 

Bereniç Serrano.

-Gavà no es Tokio. ¿Cómo le dio a usted por el cosplay?
-Cuando tenía 14 o 15 años fui con unas amigas al Salón del Manga de Barcelona y vi a gente disfrazada de personajes. Me gustó tanto la idea que al año siguiente improvisamos nuestros propios vestidos.

-¿Qué gracia diría que tiene?
-Yo estudio patronaje industrial en la Escuela Guerrero y el cosplay me da pie a hacer patrones fantasiosos, con lazos grandes y muchos colores. También me gustan los maquillajes y las pelucas. Y todo esto culmina con una actuación de un minuto y medio en un certamen. Detrás del minuto y medio de Japón hubo un año de trabajo.

-¿Japón, dice?
-Sí. En el 2009 hice un traje de la Marie Antoinette de la serie Versalles No Bara muy complicado para el Salón del Manga y ganamos el viaje para participar en el World Cosplay Summit de Nagoya, donde mi compañera y yo quedamos segundas. Nos trataron como a estrellas.
-¡Repámpanos!

-Nos recibieron en el aeropuerto, nos pasearon, nos llevaron a fiestas, cortaron una calle para que desfiláramos y nos acabaron invitando a un programa de televisión, en el que debíamos expresar nuestra opinión sobre distintos tipos de sushi.

-¿Fue una niña de disfraces?
-Sí. También le hacía vestidos de plastilina a las Barbies, que luego no podía despegar... Más tarde me costumizaba las camisetas. Me gusta llevar a la realidad un dibujo ideal. Mi sueño sería ser patronista de los desfiles de Disneyland. Creo que meto en los vestidos mi visión, interpreto qué tejidos le convienen al personaje y al contexto histórico. Disfruto mucho.

-Se nota.
-Tengo mucha suerte porque sé qué me gusta y qué quiero hacer. Soy bastante rápida de ejecución, busco sorprender a la gente y siempre intento la perfección. De algún modo, el cosplay me permite hacer un book para, en el futuro, llamar a las puertas del teatro, la ópera, los musicales.

-¿Cuántos trajes ha hecho?
-Unos 22. Aparte del de Marie Antoinette, he hecho el de Lunch de Dragon Ball -una chica frágil e inocente con el cabello azul que, cuando estornuda, se le pone rubio-, el de carta Glow de Cardcaptor Sakura...

-¿Su favorito?
-Candy me gusta mucho. Candy, Candy es un manga clásico que cuenta la vida de Candice White, una huérfana dulce y optimista, a la que le pasan muchas cosas. Yo veía la serie al volver del cole. Luego me interesé por el merchandising y los disfraces.

-O sea, que no es usted rara.
-Que esto sea minoritario no quiere decir que sea raro. Es una forma de explorar un mundo que no conozco. En el manga y el anime hay muchos géneros: terror, amor, intriga, lucha. Últimamente he descubierto Kuragehime, que va de unas chicas que viven juntas pero que no quieren socializar con los demás. Explica el fenómeno de los hikikomori, los que viven recluidos en su habitación.

-Usted, nada que ver...
-No, no. Tengo novio y amigos, salgo y me divierto. A mí lo que me gusta de todo esto es el proceso creativo.

-Un proceso nada barato, imagino.
-Imagina bien. Tengo buenas máquinas -una semiindustrial que hace bordados y una overlock- y miro mucho los tejidos. ¡Nada de disfraces de rasito! Si hago un vestido de época y necesito jacquard y gasa, pues jacquard y gasa. El vestido de Candy que presenté en Japón pudo costar unos 800 euros, con los cancanes, las telas, las perlas, la pasamanería, los gadgets. Pero no gasto en otra cosa, ¿eh?

-Una pregunta embarazosa: ¿La cosplayer tiene un componente erótico?
-Es evidente que vas disfrazada y habrá quien te juzgue como a una modelo. Todo depende de la mirada.

-También hay quien les mira como a friquis...
-Ha habido una cierta distorsión. A veces plantan cámaras de televisión en los certámenes, hacemos una pequeña interpretación por cortesía, luego editan las imágenes y enseñan un lado friqui que no es. Se ríen de todo el trabajo previo. Y eso no es nada gracioso.

Gracias a  Núria Navarro (Periodista).

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